
Hoy es 15 de agosto y Jessica está trabajando. Sus dos hijos se encuentran en Siquirres con sus abuelos, mientras ella labora como cocinera en una soda en San Sebastián y está a dos horas de terminar su jornada laboral. Son las ocho de la noche en punto.
Sus días, con excepción del domingo que es libre para ella, empiezan a las cuatro de la mañana cuando se levanta a limpiar la casa de sus padres, pues ya son muy mayores y han ido perdiendo la fuerza y agilidad con la que, en algún momento, ejecutaban las tareas diarias.
Un par de horas más tarde, levanta a sus dos hijos, Samuel de 7 años y Génesis de 3 para que, el mayor vaya a la escuela y la pequeña quede bañada y desayunada en compañía de sus abuelos. Ambos son sumamente tímidos y de poquísimas palabras; de hecho, Génesis se rehúsa a hablar aunque no tiene ningún problema que indique lo contrario.
A las siete de la mañana, ella se dirige a la parada de buses que la lleva desde Siquirres hasta San José, con el fin de cumplir con su hora de entrada en su trabajo a las nueve de la mañana; y una vez que llega, su esmero y dedicación la convierten en la mejor empleada que esa soda haya tenido en sus catorce años de exitencia.
Aunque solo tiene 23 años y su educación no pasó del sexto grado; Jessica se siente feliz en su trabajo, con sus "patrones" -como dice ella- y con el nuevo rumbo que su vida está llevando.
Legalmente y hasta que terminen los trámites, ella se encuentra casada con un hombre, si es que se aplica el término, que le ha sacado más lágrimas que sonrisas, pero a la vez la convirtió en una mujer fuerte.
Él es guarda de seguridad de un centro comercial con un serio problema de alcoholismo y simplemente dejó de colaborar con el sustento del hogar. Se perdía por días y cuando aparecía, le pedía perdón de mil y una forma y prometía que nunca lo volvería a hacer. Ella, ingenuamente, le creía.
Con el tiempo, la situación empeoró al punto que se vio obligada a llevar a sus hijos al CEN-CINAI más cercano, con tal de que pudieran probar bocado. Mientras, ella se quedaba en las afueras del centro con su estómago vacío.
Fue en ese momento cuando decidió no aguantar más esa situación y empezó a buscar trabajo. Sabía que no le sería fácil pues no había terminado sus estudios; sin embargo, un día cuando iba de camino a su casa en el bus, vio por la ventana un local con un letrero que decía "Se necesita cocinera".
Al día siguiente fue a hablar con el dueño del local, una marisquería, y quedó contratada de una vez. Los "patrones" conocen la historia de Jessica a la perfección. Ella les ha contado lo que sufre con el padre de sus hijos y las barbaridades que este hombre se atreve a hacer y lo poco que las leyes de este país puede resolver.
Por ejemplo, una semana antes de que entraran las clases, Jessica llegó llorando a la soda, como ya lo había hecho en alguna que otra ocasión; pues el dinero que desde diciembre había ahorrado y con el que compraría el primer uniforme de la escuela de Samuel, ya no estaba. Su esposo se lo había "tomado" en licor.
Su jefe no dudó en ayudarle con el uniforme de Samuel y hasta la acompañó a comprarlo; pero bajo una condición: abandonar a su esposo y denunciarlo con la policía.
Y así lo hizo. A pesar de las mil súplicas del hombre porque "el amor no acabara", ella lo abandonó y hasta está en la obligación de pagarle una pesión.
Aunque los problemas y sufrimientos de Jessica son muy diferentes a los suyos o los míos y hasta se tuvo que ir a vivir nuevamente con sus padres a Siquirres; ella sonríe más ahora, se siente capaz de hacer lo que se proponga y lo más importante, ya no tiene miedo.
Por eso, hoy, cuando llegó a trabajar a la soda de mi padre, la recibí con un "feliz día de la madre", me devolvió el saludo con una sonrisa como pocas veces se la he visto y simplemente me dijo "gracias". Ella está orgullosa de ser madre y yo de que sea la mujer que ahora es.
Sus días, con excepción del domingo que es libre para ella, empiezan a las cuatro de la mañana cuando se levanta a limpiar la casa de sus padres, pues ya son muy mayores y han ido perdiendo la fuerza y agilidad con la que, en algún momento, ejecutaban las tareas diarias.
Un par de horas más tarde, levanta a sus dos hijos, Samuel de 7 años y Génesis de 3 para que, el mayor vaya a la escuela y la pequeña quede bañada y desayunada en compañía de sus abuelos. Ambos son sumamente tímidos y de poquísimas palabras; de hecho, Génesis se rehúsa a hablar aunque no tiene ningún problema que indique lo contrario.
A las siete de la mañana, ella se dirige a la parada de buses que la lleva desde Siquirres hasta San José, con el fin de cumplir con su hora de entrada en su trabajo a las nueve de la mañana; y una vez que llega, su esmero y dedicación la convierten en la mejor empleada que esa soda haya tenido en sus catorce años de exitencia.
Aunque solo tiene 23 años y su educación no pasó del sexto grado; Jessica se siente feliz en su trabajo, con sus "patrones" -como dice ella- y con el nuevo rumbo que su vida está llevando.
Legalmente y hasta que terminen los trámites, ella se encuentra casada con un hombre, si es que se aplica el término, que le ha sacado más lágrimas que sonrisas, pero a la vez la convirtió en una mujer fuerte.
Él es guarda de seguridad de un centro comercial con un serio problema de alcoholismo y simplemente dejó de colaborar con el sustento del hogar. Se perdía por días y cuando aparecía, le pedía perdón de mil y una forma y prometía que nunca lo volvería a hacer. Ella, ingenuamente, le creía.
Con el tiempo, la situación empeoró al punto que se vio obligada a llevar a sus hijos al CEN-CINAI más cercano, con tal de que pudieran probar bocado. Mientras, ella se quedaba en las afueras del centro con su estómago vacío.
Fue en ese momento cuando decidió no aguantar más esa situación y empezó a buscar trabajo. Sabía que no le sería fácil pues no había terminado sus estudios; sin embargo, un día cuando iba de camino a su casa en el bus, vio por la ventana un local con un letrero que decía "Se necesita cocinera".
Al día siguiente fue a hablar con el dueño del local, una marisquería, y quedó contratada de una vez. Los "patrones" conocen la historia de Jessica a la perfección. Ella les ha contado lo que sufre con el padre de sus hijos y las barbaridades que este hombre se atreve a hacer y lo poco que las leyes de este país puede resolver.
Por ejemplo, una semana antes de que entraran las clases, Jessica llegó llorando a la soda, como ya lo había hecho en alguna que otra ocasión; pues el dinero que desde diciembre había ahorrado y con el que compraría el primer uniforme de la escuela de Samuel, ya no estaba. Su esposo se lo había "tomado" en licor.
Su jefe no dudó en ayudarle con el uniforme de Samuel y hasta la acompañó a comprarlo; pero bajo una condición: abandonar a su esposo y denunciarlo con la policía.
Y así lo hizo. A pesar de las mil súplicas del hombre porque "el amor no acabara", ella lo abandonó y hasta está en la obligación de pagarle una pesión.
Aunque los problemas y sufrimientos de Jessica son muy diferentes a los suyos o los míos y hasta se tuvo que ir a vivir nuevamente con sus padres a Siquirres; ella sonríe más ahora, se siente capaz de hacer lo que se proponga y lo más importante, ya no tiene miedo.
Por eso, hoy, cuando llegó a trabajar a la soda de mi padre, la recibí con un "feliz día de la madre", me devolvió el saludo con una sonrisa como pocas veces se la he visto y simplemente me dijo "gracias". Ella está orgullosa de ser madre y yo de que sea la mujer que ahora es.
